A las siete y media de la tarde del día 3 de junio de 1863, Manila se vio sacudida por uno de los terremotos de mayor magnitud padecidos en su historia, lo que tuvo una enorme repercusión en la península, a pesar de que este tipo de fenómenos no son extraños en el archipiélago filipino y han seguido ocasionando daños hasta fechas muy recientes.
Pero, el de 1863, fue especialmente trágico,
tanto por la pérdida de vidas humanas (más de 1.000), como por los daños
ocasionados. La catedral y la mayor parte de las iglesias quedaron seriamente
dañadas. También resultó destruido el Palacio del Gobernador y el Ayuntamiento,
ambos situados en la plaza Mayor, junto con la catedral.
Sólo en la catedral murieron unas cien
personas, entre miembros del cabildo, capellanes, cantores y fieles que estaban
en esos momentos en su interior, como informaba los pliegos distribuidos, que
eran uno de los medios de información de la época. Por su parte, el Gobernador
General tuvo que trasladar su residencia al Palacio de Malacañang, ubicado a
unos 3 kilómetros aguas arriba del río Pasig, que sigue siendo en la actualidad
la residencia oficial del Presidente de Filipinas.
Rápidamente, el Gobierno adoptó medidas políticas y económicas para paliar los daños y socorrer a las víctimas. Una de esas iniciativas fue la apertura de una suscripción nacional de la que se daba a conocer en la Gaceta de Madrid, precedente del Boletín Oficial del Estado, las aportaciones que iban llegando desde diferentes lugares de la península.
Y, en la Gaceta de 21 de noviembre de 1864 hemos
encontrado la aportación de nuestra ciudad a esa suscripción nacional que había
sido iniciada en agosto del año anterior, encabezándola SS. MM. los Reyes con
500.000 reales de vellón, los duques de Montpensier con 40.000 y cada Ministro
del Gobierno con 4.000.
Según la relación que reproducimos, el Ayuntamiento de Borja
contribuyó con 200 reales y en las parroquias se abrió una cuestación que logró
reunir en la de Santa María (parroquia mayor) 727 reales y en la de “San
Bartolomé y San Miguel” 369 reales.
Llamamos la atención sobre la denominación de esta última,
pues hasta ahora veníamos creyendo que la incorporación de la antigua parroquia
de San Miguel a la de San Bartolomé había tenido lugar en 1868, pero ahora
podemos comprobar que fue algo anterior y que adoptó el título de “San Bartolomé
y San Miguel” por lo que la actual parroquia, fruto de la reciente fusión de
ésta con la de Santa María, debería llamarse “Parroquia de Santa María, San
Bartolomé y San Miguel”, aunque ya advertimos en su momento que el procedimiento
utilizado fue completamente absurdo, como hicimos notar en el escrito que
elevamos al obispado, ya que no se produjo una fusión, sino que los
responsables de ese desaguisado hicieron desaparecer jurídicamente a las dos
parroquias, creando otra, la actual, “ex novo”. Pudiera parecer una cuestión
baladí y, en estos tiempos de destrucción del pasado, posiblemente lo sea; pero
en el caso que nos ocupa lo que se arrasaba, desde el punto de vista formal,
era toda la historia de la cristiandad borjana en cuanto a entidad jurídica; aunque
más graves fueron las consecuencias posteriores.
Aquella primera unión entre San Bartolomé
y San Miguel debía ser muy reciente cuando se efectuó la cuestación y no bien
acogida por los antiguos parroquianos de San Miguel, como lo demuestra el que
algunos de ellos no quisieran sumar su aportación a lo recaudado en San Bartolomé,
figurando en la relación la cantidad de 124,95 reales, reunidos por “varios
vecinos de la de San Miguel”.
Se incluyen también varias aportaciones
individuales, en concreto las de D. Lino Duarte y Soto (100 reales); D. Félix Lajusticia
(100); D. Fermín Remón (100); D. Cipriano Remón (40); D. Lorenzo Nogués (40);
D. Manuel Sancho (38); D. Nicasio Marcal (30); D. Manuel Fernández (20) y D.
Joaquín Frache (19). En la transcripción hay alguna errata pues creemos que
donde dice “Frache” debe decir “Irache” y el apellido “Marcal” nos resulta extraño.
No hemos tenido tiempo de ofrecer datos de todos estos personajes pero, podemos
adelantar que D. Lino Duarte era, en esos momentos, el Juez de Primera Instancia
y los hermanos Fermín y Cipriano Remón sacerdotes.
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