En alguna otra ocasión nos hemos ocupado del funcionamiento del Santo Oficio en nuestra zona, donde existía una red de familiares y comisarios, como en todas partes. Ellos eran los encargados de entender en aquellas prácticas contrarias a la Fe en las comunidades de conversos, tanto judíos como moriscos. No actuaban contra quienes practicaban la religión judía o musulmana, mientras fueron permitidas, sino contra los que, tras su conversión (voluntaria o forzosa) seguían manteniendo a escondidas sus antiguas creencias.
Pero, los judíos fueron expulsados en
1492 y los moriscos en 1610 por lo que, a partir de ese momento, la atención de
la Inquisición se centró en los naturales del reino, sospechosos de herejía y,
especialmente, en quienes mantenían conductas morales consideradas reprobables,
siendo la homosexualidad o “pecado nefando” una de las más castigadas.
Muchas veces, el mecanismo inquisitorial
se ponía en marcha tras la denuncia recibida por una persona. Así ocurrió en el
caso que nos ha dado a conocer por D. José Ignacio Sauca Modrego que, en el
Archivo Histórico Provincial. Se trata de la denuncia interpuesta ante el
fiscal del Santo Oficio por el capellán de Magallón mosén Pedro Miguel de
Baquedano que se dice “miembro del Santo Oficio”, acerca de un hecho protagonizado
por dos niños de esa localidad que puede ser consultada en red, dado que está
digitalizada.
Según la
versión de Josi Sauca, dice así:
“Ilustrísimo Señor:
El lunes que se contaba a 13 del corriente llego a mí un
hombre de esta villa muy fidedigno, Juan de Gistas, diciéndome que estando el
dicho en un huerto suyo sintió que detrás de unos zarzales estaban hablando
unos muchachos, sin conocer entonces quienes eran, de materias muy deshonestas
y él creyendo que eran hombre y mujer escucho algo y … dijo el uno al otro yo te quiero hacer tal cosa, nombrando una
deshonestidad muy grande, cómo V. Sª. puede entender y creyendo como dicho que eran
muchacho y mujer, estuvo escuchando, y que oyó más que se dijo el uno al otro ponte
bien y que oyó también que le dijo el paciente al otro muchacho, me has hecho
mal, porque me lo has entrado mucho. Entonces conoció que eran los dos
muchachos, y se levantaron y se fueron huyendo porque el dicho les conoció, si
bien dice que los zarzales estaban algo espesos y que no pudo ver lo que
hacían, sino solo las palabras que tienen dichas y que en descargo de su
conciencia, me lo decía conforme había pasado. Los muchachos, el agente tiene
once años y siete meses porque yo he hecho diligencia en saberlo y lo he
hallado en el Quinque Libris donde está baptizado. El otro no tiene tanto,
aunque no lo he averiguado, pero debe de tener de ocho a nueve años. Doy este
aviso a Vuestra Ilustrísima, para que me mande lo que debo de hacer. Los
muchachos están muy quietos, y yo le dije al hombre que me lo vino a decir que
guardase secreto en este caso, que yo haría lo que tengo obligación. Vuestra
Ilustrísima me perdone del mal modo y estilo que lo escribo, pero son las
palabras formales que el hombre me dijo y que he dicho a Su Ilustrísima para
aumento de la cristiandad. De Magallón, noviembre, 14 del año de 1645.”
La denuncia fue recibida en Zaragoza el
día 18 e, inmediatamente se ordenó que le fuera tomada declaración formal al denunciante
por un juez del tribunal, como consta en el documento, sin que tengamos más
noticias del desenlace del caso.
El pecado nefando era castigado con la
hoguera, aunque posteriormente, los condenados eran ahorcados y, a continuación,
de procedía a quemar sus cadáveres. Hemos podido documentar diversos casos
protagonizados por miembros de las dotaciones de buques de la Armada a los que,
en caso de ser sorprendidos eran sometidos a juicio por el comandante (sin intervención
de las autoridades eclesiásticas). Los procesos abundan en detalles escabrosos
y muchas de las declaraciones se obtenían bajo tormento. Los protagonistas eran
generalmente muchachos de corta edad, embarcados como grumetes o pajes, aunque
no faltaban casos de abusos de marineros de más edad con esos niños.
Si ambos eran mayores de edad y cómplices,
no era infrecuente que fueran ahorcados con la misma cuerda y luego quemados. Los
menores de 25 años solían ser condenados a galeras o a las minas de Almadén
durante varios años (pena muy dura a la que muchos no sobrevivían). Antes solían
recibir 200 azotes.
Los niños no podían ser enviados a
galeras, por ser incapaces de empuñar los remos, pero podían ser condenados a
un cierto número de azotes. Es posible que eso fuera lo que ocurrió con los dos
amantes magalloneros, aunque no podemos saberlo al no haber sido localizado el
proceso y la sentencia, que sin duda se conservarán, como ha ocurrido con la
denuncia.
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