El miércoles visitamos diversas zonas afectadas por las llamas. Queríamos conocer las consecuencias del incendio en la Muela y, tras atravesar el Santuario de Misericordia y Moncín, de donde ofreceremos imágenes mañana, fuimos hasta el balcón de El Buste. Allí la situación era mejor de la esperada, hasta el punto de que se mantenían indemnes algunas zonas de pinar. Pero la situación cambió por completo cuando nos desplazamos hasta la Muela Baja.
Allí el espectáculo era dantesco. Todo
el raso ha quedado calcinado. Era muy triste contemplar la completa
desaparición de pinos y carrascas. Nos recordaba aquel pavoroso incendio del
siglo XVIII en el que durante varios días ardió toda la Muela.
No creemos que puede regenerarse nada
de lo quemado. Algunos afirman que las carrascas volverán a brotar, pero
¿Cuándo? Los pinos desde luego que no, aunque los más optimistas creían que se
salvarán los que tenían aún pequeñas ramas verdes en sus copas.
En el suelo, junto a las piñas quemadas
se veían unos gránulos rojos y plateados que pueden ser los compuestos químicos
que, junto con el agua, arrojan los aviones que combaten las llamas.
Son los llamados “retardantes” que,
cuando son absorbidos por los materiales, estos se consumen de forma mucho más
lenta a lo habitual, lo que evita que el fuego se propague con rapidez. El
problema es que algunas organizaciones ecologistas afirman que contienen sales
de fósforo y nitrógeno con efectos adversos para el medio ambiente. Por el
contrario, los medios oficiales señalan que se tratan de productos autorizados
que no ocasionan ningún perjuicio, aunque su uso está limitado a casos extremos
y siempre lejos de humedales y ríos. Sin embargo, otras veces el agua es teñida
de rojo con óxido de hierro con el único propósito de que los pilotos puedan
percibir los lugares ya “regados” con anterioridad.
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