Sienten nuestros visitantes deseos de conocer la Estanca y ese Bien de Interés Cultural que es la Casa situada en su mota. Estuvimos allí el pasado lunes, con la esperanza de poder contemplar también algunas de las muchas aves que allí suelen verse.
Sin embargo, ni una sola se veía sobre
sus aguas ni sobrevolándolas, salvo un par de rapaces que podían ser aguiluchos
laguneros pescando. Un conocido experto nos apuntó después la posibilidad de
que la presencia de esas rapaces hubiera provocado el que el resto de aves se ocultaran
en el carrizal que, por cierto, estaba muy seco.
Fracasado el interés naturalista de nuestros acompañantes que sólo se había visto compensado por la contemplación, en el camino de Porroyo, de esta ganadería con algunos terneros acariciados por sus madres, decidimos emprender la aventura de llegar hasta Navarra siguiendo el antiguo camino real.
Tras pasar junto al restaurado puente
de Vulcafrailes y el parque eólico de Puy Lobo, equivocamos el camino,
eligiendo la ruta menos afortunada, de la que conseguimos salir gracias a los
navegadores que ofrecen ayuda incluso en los “desiertos” de Valcardera.
La aridez del recorrido se vio matizada
por esos molinos que crecen por doquier, modificando sensiblemente el paisaje, y
por los trigos que vimos bastante crecidos a pesar de las escasas lluvias de
los meses pasados.
Nos llamaron la atención unas grandes
canteras que, probablemente, eran de alabastro, como el que pudimos ver junto
al camino. Por sus características podía intuirse que era utilizado para la
fabricación de yeso.
Ya más adelante, y antes de llegar a
nuestro destino, hay varias zonas de pinar irregularmente distribuidas, pero en
buen estado y sin que se apreciara que estuvieran afectados por la
procesionaria. De Ablitas hablaremos otro día.
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