El pasado sábado, mientras nos disponíamos asistir a la fiesta de San Jorge, D. Miguel Antonio Franco nos comunicó que D. Carmelo Borobia Isasa acababa de fallecer. La noticia nos afectó profundamente, dada la relación que, durante muchos años, mantuvimos con él.
La capilla ardiente quedó instalada en
el Salón del Trono del palacio arzobispal de Zaragoza y hoy tendrá lugar el
funeral, a las once de la mañana, en la basílica del Pilar.
D. Carmelo había nacido el 16 de agosto
de 1935 en Cortes de Navarra, una localidad especialmente vinculada a nuestra
comarca, dado que hasta allí llegaba el pequeño ferrocarril que recorría las
localidades de la zona.
Con tan solo once años fue enviado a
estudiar al seminario de Alcorisa, del que pasó al de Zaragoza y, más tarde, al
de Pamplona. Licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas,
fue ordenado sacerdote el 19 de julio de 1959, siendo destinado como coadjutor
a la parroquia de Cadreita (Navarra).
Sólo estuvo dos años, porque en octubre
de 1961 fue nombrado capellán de la iglesia del Espíritu Santo, dependiente del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Se trata de un templo diseñado
por Miguel Fisac, que gozaba de un enorme prestigio.
Desde allí marchó a Roma, en 1964, como
becario del Centro Español de Estudios Eclesiásticos, para cursar Teología en el
“Angelicum”, y Liturgia en el “Anselmianum”, dos de las mejores universidades
pontificias. Se graduó como Doctor en Teología con una tesis sobre “La Liturgia
en la Teología de Santo Tomás”.
La preparación y capacidad de trabajo
de aquel joven sacerdote fueron determinantes para que el beato Pablo VI lo
incorporara a la Secretaría de Estado, el más antiguo dicasterio de la Santa
Sede, donde permaneció durante ocho años destinado en la sección encargada de
los asuntos de lengua española, lo que pudo compatibilizar con una labor pastoral
como consiliario de varios grupos juveniles.
En 1978, regresó a España, como Secretario
General de la archidiócesis de Zaragoza. Ya en aquellos momentos se puso de
manifiesto su preparación e interés por los asuntos relacionados con el Patrimonio
Cultural. El 19 de abril de 1990 fue nombrado obispo titular de Elo y auxiliar
del arzobispo de Zaragoza, siendo consagrado en la basílica del Pilar el 9 de
junio de ese año.
El 29 de mayo de 1996 fue promovido a
la sede de Tarazona, de la que tomó posesión el 7 de julio en el monasterio de
Veruela, dado que la catedral llevaba cerrada y en grave riesgo desde hacía años.
Desde el primer momento se dedicó a la tarea de la restauración del templo catedralicio. Es preciso recordar, una vez más, que la salvación de la catedral de Tarazona fue, en gran medida, una obra suya. No pudo presidir su inauguración, pero con enorme satisfacción nos la mostraba tantas veces como tenía ocasión.
Borja le debe la creación del Museo de
la Colegiata. Era una aspiración muy antigua, especialmente para poder mostrar
adecuadamente la extraordinaria colección de pintura gótica. La adquisición y
restauración del antiguo hospital Sancti Spiritus ofreció la posibilidad de
llevar a cabo ese proyecto. Pero, sin el apoyo de D. Carmelo y la colaboración del
entonces párroco D. Florencio Garcés no hubiera sido posible, como había
ocurrido en el pasado cuando fueron bloqueados todos los intentos que se
realizaron.
A nuestro Centro le dispensó también un
gran apoyo, asistiendo a todas las presentaciones de los libros de la colección
dedicada al Patrimonio Artístico Religioso de nuestra zona que fueron publicados
aquellos años.
No debemos olvidar que D. Carmelo
desarrolló también una intensa labor como miembro de la Comisión Episcopal de
Liturgia (1993-2017), de Medios de Comunicación Social (1990-1999) y de
Patrimonio Cultural (1999-2014).
Para quienes tuvimos la fortuna de compartir
muchos momentos con él, fue una de las mentes más preclaras del episcopado
español, algo de lo que no podían percatarse quienes lo conocieron tras haber
sufrido la grave enfermedad que le afectó, sin encontrar la comprensión que
debía haberle sido dispensada.
Pero su mayor enseñanza para nosotros,
fue la forma en la que asumió los durísimos momentos en los que, a finales de
2004, tuvo que abandonar la sede turiasonense para trasladarse como obispo
auxiliar a Toledo. Solo un hombre, dotado de una profunda fe cristiana y de ese
enorme corazón de navarro que le caracterizaba, pudo transmitirnos aquellas
reflexiones que aún recordamos con emoción.
Ahora D. Carmelo ha cruzado el Rubicón
que daba nombre a la última sede de la que fue titular, para entrar
definitivamente en la Roma celestial, con los méritos de sus muchos años de
servicio a la Iglesia que amó apasionadamente, a la grey que le fue encomendada
y con cuya cercanía disfrutó, más allá de lo habitual, y sobre todo con el
sacrificio quasi martirial con el que el Señor quiso aquilatar su carácter,
templándolo en el fuego del dolor y la incomprensión. Descanse en paz.
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