El crecimiento urbanístico de las ciudades ha provocado fenómenos tan curiosos como el de quedar englobados en ellas lugares que, en su origen, habían sido creados en zonas alejadas. Ese es el caso del pequeño cementerio británico de Santander, en el centro del barrio de Cazoña de esa ciudad.
El cementerio fue inaugurado en 1864 y,
hasta allí fueron trasladados los restos de los sepultados en el antiguo cementerio
de San Fernando, cuyo origen se remontaba a los inicios del siglo XIX.
En su interior están enterradas 128
personas de diez nacionalidades diferentes y puede visitarse en determinadas
ocasiones, ya que se ha puesto en marcha una iniciativa con el nombre de “Una
isla en un barrio” que fue premiada en la convocatoria de ayudas “Cultura
emprende” de la Fundación Santander Creativa.
Pero, junto a las tumbas, todas ellas
de civiles, se encuentra el monumento a los miembros fallecidos de la Legión
Auxiliar Británica, que fue trasladado desde el antiguo cementerio y consiste
en un monolito, enmarcado entre cuatro anclas.
En
uno de los primeros artículos de esta serie, el dedicado al cementerio inglés
de San Sebastián, hicimos referencia a esa unidad británica, dado que la
mayoría de los enterrados en el monte Urgull, eran miembros de la misma.
Decíamos entonces que la Legión Auxiliar Británica estuvo
integrada por unos 10.000 voluntarios, bajo el mando del Teniente General Sir
George de Lacy, que habían llegado a España, en 1835, para apoyar a las tropas
de Isabel II en el transcurso de la I Guerra Carlista. Aunque aquí, se esperaba mucho de la eficacia
de estas tropas, la realidad es que nada tenían que ver con los regimientos
regulares, dado que sus componentes habían sido reclutados precipitadamente,
entre vagabundos y delincuentes, sin ninguna preparación militar.
Solo dieron problemas y su eficacia militar fue nula, sufriendo
cuantiosas bajas en las acciones en las que participaron e, incluso, a
consecuencia de las enfermedades o a hechos tan curiosos como el envenenamiento
del pan que se les suministraba en Vitoria por un panadero de ideología
carlista.
Su llegada tuvo lugar por el puerto de Santander y su paso por la ciudad dejó una secuela de destrozos en los lugares en los que fueron alojados. El monumento más que un homenaje a su actuación fue erigido en recuerdo de los muertos que aquí quedaron.
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