lunes, 19 de junio de 2023

El cementerio británico de Santander

         El crecimiento urbanístico de las ciudades ha provocado fenómenos tan curiosos como el de quedar englobados en ellas lugares que, en su origen, habían sido creados en zonas alejadas. Ese es el caso del pequeño cementerio británico de Santander, en el centro del barrio de Cazoña de esa ciudad.



         El cementerio fue inaugurado en 1864 y, hasta allí fueron trasladados los restos de los sepultados en el antiguo cementerio de San Fernando, cuyo origen se remontaba a los inicios del siglo XIX.


         En su interior están enterradas 128 personas de diez nacionalidades diferentes y puede visitarse en determinadas ocasiones, ya que se ha puesto en marcha una iniciativa con el nombre de “Una isla en un barrio” que fue premiada en la convocatoria de ayudas “Cultura emprende” de la Fundación Santander Creativa.



         Pero, junto a las tumbas, todas ellas de civiles, se encuentra el monumento a los miembros fallecidos de la Legión Auxiliar Británica, que fue trasladado desde el antiguo cementerio y consiste en un monolito, enmarcado entre cuatro anclas.



          En uno de los primeros artículos de esta serie, el dedicado al cementerio inglés de San Sebastián, hicimos referencia a esa unidad británica, dado que la mayoría de los enterrados en el monte Urgull, eran miembros de la misma.

Decíamos entonces que la Legión Auxiliar Británica estuvo integrada por unos 10.000 voluntarios, bajo el mando del Teniente General Sir George de Lacy, que habían llegado a España, en 1835, para apoyar a las tropas de Isabel II en el transcurso de la I Guerra Carlista.  Aunque aquí, se esperaba mucho de la eficacia de estas tropas, la realidad es que nada tenían que ver con los regimientos regulares, dado que sus componentes habían sido reclutados precipitadamente, entre vagabundos y delincuentes, sin ninguna preparación militar.

Solo dieron problemas y su eficacia militar fue nula, sufriendo cuantiosas bajas en las acciones en las que participaron e, incluso, a consecuencia de las enfermedades o a hechos tan curiosos como el envenenamiento del pan que se les suministraba en Vitoria por un panadero de ideología carlista.

Su llegada tuvo lugar por el puerto de Santander y su paso por la ciudad dejó una secuela de destrozos en los lugares en los que fueron alojados. El monumento más que un homenaje a su actuación fue erigido en recuerdo de los muertos que aquí quedaron.

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