lunes, 12 de junio de 2023

Tumbas francesas en Cabrera

 

La isla de Cabrera es la mayor de las islas de un archipiélago al que da nombre que forma parte de las Baleares. Situada al sur de Mallorca, administrativamente pertenece al término municipal de Palma. De dilatada historia, fue de propiedad particular hasta la I Guerra Mundial en que fue expropiada por el Estado, por razones militares. Aún sigue estando vinculada al Ministerio de Defensa, desde 1991 el archipiélago de Cabrera es Parque Nacional Marítimo-Terrestre.




         La belleza de aquellos lugares y la tranquilidad de unos parajes que sólo pueden ser objeto de visitas ocasionales, dado que la isla ha sido preservada de la especulación urbanística, no debe hacernos olvidar que su nombre está unido a uno de los más lamentables episodios de la historia de la Guerra de la Independencia en la que, como consecuencia de un ridículo reduccionismo, seguimos haciendo una distinción entre buenos y malos, cuando los “buenos” (nosotros) fuimos capaces de perpetrar tropelías que deberían avergonzarnos, como la que hoy vamos a recordar.

 

Todo comenzó el 19 de julio de 1808 cuando el general francés Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, tuvo que rendirse en Bailén al general Francisco Javier Castaños, en lo que constituyó la primera y sorprendente derrota de las tropas imperiales en suelo español que se saldó con 2.000 bajas francesas frente a 1.000 españolas.

Casado del Alisal inmortalizó la escena en un lienzo inspirado en “La rendición de Breda” de Velázquez, reflejando las condiciones de la capitulación que, en principio, fueron bastante honorables.

A Dupont y los oficiales de su Estado Mayor se les permitió regresar a Francia donde, por cierto, fueron severamente castigados. Respecto a los 17.600 soldados prisioneros el acuerdo establecía que también serían repatriados a bordo de buques ingleses, pero ello nunca se llevó a efecto.

Unos cuatro o cinco mil fueron conducidos a las Canarias, donde padecieron un internamiento aceptable, pero la suerte de los restantes fue terrible. Inicialmente, fueron alojados en unos insalubres pontones fondeados en Sanlúcar de Barrameda, a la espera de un supuesto intercambio con prisioneros españoles, sin que fuera autorizado el plan inicial de devolverlos a Francia.

Finalmente, el 9 de abril de 1809, fueron embarcados con destino a las Baleares. Durante la navegación se produjeron numerosas bajas, pero la tragedia no había hecho más que empezar.

Porque, tras haber fondeado en la bahía de Palma, la protesta de las autoridades locales ante lo que se les venía encima, obliga a adoptar la sorprendente decisión de poner rumbo a Cabrera y desembarcar allí a los prisioneros, cuyo número exacto en aquellos momentos no conocemos pero que, probablemente, superaba los 10.000.

 


         Abandonar a su suerte a ese elevado número de prisioneros, en una isla que carecía de todo lo indispensable para su alojamiento y subsistencia, constituyó lo que hoy sería considerado un crimen de guerra y proporcionó a España el triste honor de haber creado el primer campo de concentración de la Historia.

 

         Los prisioneros tuvieron que enfrentarse a un primer problema, el de encontrar resguardo frente a las inclemencias del tiempo. Algunos ingenuos dibujos ofrecen una visión un tanto idílica de pequeñas casitas en torno a la bahía, cuya construcción tuvo que verse dificultada por la falta de las herramientas necesarias y tardó en materializarse.

         Pero, mayores fueron las dificultades para alimentarse. En principio, las autoridades de Mallorca enviaban víveres, cada cuatro días, a bordo de una pequeña embarcación. Las exiguas cantidades de alimentos que llegaban, reducidos a unos sacos de habas, un poco de aceite y pan en mal estado, comenzaron a causar estragos.

         Los oficiales internados intentaron mantener la disciplina, repartiendo lo que les proporcionaban las autoridades españolas, complementándolo con el fruto de la pesca y con el producto de unos pequeños huertos que llegaron a poner en marcha sin excesivo éxito.

         La situación se agravaba cuando los temporales impedían la llegada de los suministros y destruían las precarias viviendas. Aún fue peor la completa interrupción del servicio de barqueo durante varios meses, por no encontrar a quienes quisieran enfrentarse a los hambrientos prisioneros, en los que incluso se produjeron casos de canibalismo.

         A ello vinieron a sumarse nuevos desembarcos de prisioneros. No son de extrañar, por lo tanto, las consecuencias de todo ello: enfrentamientos, hambre, enfermedades, intentos de fuga, desnudez completa por la destrucción de las ropas que llevaban al llegar. Un dantesco panorama jalonado por multitud de muertes, que son las que han dado lugar a este artículo.


         Porque en algunas publicaciones interesantes se hace alusión a las sencillas tumbas en las que eran enterrados los fallecidos y, en una ilustración, se dibuja el “Valle de los Muertos”.

         Pero, cuando el 16 de mayo de 1814, ya finalizada la guerra, se produjo la liberación de los confinados, sólo quedaban en la isla unos 3.000. ¿Dónde están los cadáveres de los restantes, cuyo número real se desconoce?

 



         En los últimos años, varias misiones de arqueólogos franceses han intentado dar respuesta a ese interrogante, sin que, hasta el momento, hayan podido encontrar restos de esa multitud de compatriotas que sufrieron en Cabrera tan duro cautiverio.

 




         Lo que sí han encontrado en alguna de las preciosas grutas de la isla son inscripciones grabadas por los prisioneros, algunos de los cuales se refugiaron en ellas, formando una especie de comunidad independiente.

 

En junio de 1847 el príncipe de Joinville, tercer hijo de Luis Felipe I, fondeó con su escuadra en la bahía de Palma y, al recordar los sufrimientos de sus compatriotas en Cabrera, decidió visitar la isla, a bordo del buque insignia Plutón, y allí mandó erigir un monumento, sobre un osario en el que, según la tradición, reunió los restos dispersos que encontró en la isla, con una inscripción que dice: “A la mémoire des français morts à Cabrera. L’Escadre d’Evolutions de 1847, comandée par S.A.R. le Prince de Joinville” (En memoria de los franceses fallecidos en Cabrera, la Escuadra de Evolución de 1847, mandada por S.A.R. el Príncipe de Joinville)




En junio de 1847 el príncipe de Joinville, tercer hijo de Luis Felipe I, fondeó con su escuadra en la bahía de Palma y, al recordar los sufrimientos de sus compatriotas en Cabrera, decidió visitar la isla, a bordo del buque insignia Plutón, y allí mandó erigir un monumento, sobre un osario en el que, según la tradición, reunió los restos dispersos que encontró en la isla, con una inscripción que dice: “A la mémoire des français morts à Cabrera. L’Escadre d’Evolutions de 1847, comandée par S.A.R. le Prince de Joinville” (En memoria de los franceses fallecidos en Cabrera, la Escuadra de Evolución de 1847, mandada por S.A.R. el Príncipe de Joinville)

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