Desde el estanque del Campo nos ha traído Enrique Lacleta las imágenes que damos a conocer hoy, con unos protagonistas que nos hemos atrevido a identificar como petirrojos (Erithacus rubecula), aunque cada vez que tenemos que publicar lo que nos trae Enrique lo hacemos con el mismo temor de quien se enfrenta a un examen sin conocer la asignatura. Menos mal que los profesores que nos leen (al menos alguno) nos corrigen e ilustran pacientemente, cosa muy de agradecer porque contribuyen a difundir entre nuestros lectores el amor a la Naturaleza, como también pretendemos nosotros.
Aunque las manchas rojas de su pecho son muy características, nos ha hecho dudar el reducido tamaño de las mismas, inferior al de las imágenes consultadas, lo cual seguramente tendrá una explicación.
Lo que es evidente es el diformismo
sexual entre el macho y la hembra, dado que en esta última no aparecen las manchas
rojas en el pecho, características de los machos, siendo los colores de su
plumaje más grises y apagados.
Son aves de pequeño tamaño, que no
supera los 15 cm y fáciles de ver pues son curiosas y salen a los caminos sin
excesivo temor, aunque los machos defienden con ardor su territorio, frente a
otras aves.
Su canto anuncia el día mucho antes de
la salida del sol y, por la noche sigue cantando hasta horas avanzadas. Hay muchas
leyendas asociadas con los petirrojos, entre ellas la del origen del color rojo
de su pecho, según la cual es consecuencia de haberse quemado cuando con sus
alas intentaba avivar el fuego de una hoguera para que se calentara el Niño Jesús
en el portal de Belén. A consecuencia de ello, en muchos lugares de Europa se
asocia el pájaro a la Navidad. Pero, lo más interesante es la creencia de que
la vista de un petirrojo trae buena suerte y anuncia cambios positivos muy
importantes. Esperaremos ver qué le ocurre a Enrique, pues si realmente eran
petirrojos, algo le ocurrirá.
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